NO A RAJOY. SI AL GOBIERNO DEL CAMBIO.
Rajoy, el señor de los sobresueldos, por segunda vez, volvió
a comprobar que su vana pretensión de ser investido presidente de gobierno de
España recibía el rechazo de la mayoría absoluta del Congreso de los Diputados
que, en una democracia representativa como la nuestra, es tanto como decir de
la mayoría del pueblo español.
El rechazo mayoritario a Rajoy en el Parlamento, en las
redes sociales y en la calle, (no hay una sola encuesta en la que no figure en la cola de las valoraciones
políticas), significa también plantar cara a los poderosos y las élites extractivas
causantes de la crisis y de la creciente desigualdad económica y social en nuestro país y que en
función de sus intereses han presionado y presionan hasta lo indecible en favor
de la continuidad de Rajoy, ampliamente secundados por cargos institucionales
del PP y por “otros” de cuyo nombre no quiero acordarme.
Para ello, unos y “otros”, de manera más o menos explícita, han
recurrido a toda clase de artimañas, desde llamadas a la responsabilidad a
campañas del miedo, basadas en informaciones cínicas y torticeras, instrumentadas
por poderosas empresas de comunicación a través de sus terminales mediáticas
que, en algunos casos, no han dudado en degradar su credibilidad hasta la
náusea, tratando con ellas tanto de
favorecer al señor de los sobresueldos como de torcer el brazo a Pedro Sánchez
y al PSOE.
En ese mismo sentido, ahora, hay quienes tratan de presentar
el NO como el causante del bloqueo del
funcionamiento institucional, cuando es una inequívoca señal de stop a una
forma despótica y corrupta de gobernar y de imponer políticas antisociales y que
a la vez favorece la posibilidad que las fuerzas políticas por el cambio, con el
apoyo de la mayoría social, puedan optar por el camino de avanzar hacía una
España social, justa, plural, federal y solidaria.
Un breve repaso a las posiciones expresadas por los portavoces
en el debate parlamentario, muestra con claridad un manifiesto rechazo a Rajoy y las políticas del PP y la necesidad
de un profundo cambio en la regeneración democrática, el empleo y la economía,
la agenda social, la política territorial y la Unión Europea, como ejes fundamentales
sobre los que articular la sociedad española del siglo XXI.
Muy alejado de ese planteamiento, Rajoy se presentó al
debate de investidura con el mensaje corporal de quien tiene una concepción
absolutista del poder político, (me recuerda: “Estos son mis poderes. Dadme la
mayoría absoluta y os daré una España grande” – Gil Robles), y que se ve obligado,
por su papel de candidato, a cumplimentar el trámite de solicitar el voto de
sus adversarios políticos, haciendo abstracción de que ello supone la convalidación de sus políticas, incluso las
más antisociales.
Su falta de empatía y carencia de espíritu proactivo hizo
que desgranara un discurso aburrido y prepotente, más centrado en la crítica a
Pedro Sánchez que en abrir opciones que pudieran dar lugar a atisbar la
posibilidad de cambios en sus políticas, no tanto por la presunta bondad de las
mismas como por que su estilo autoritario asigna un papel subalterno a los
demás representantes políticos.
El trato a su socio Albert Rivera fue prueba de ello, reduciendo su papel al de quien tiene que prestar
necesariamente su aquiescencia a “un gobierno estable, duradero y fuerte”, en función de no se sabe bien qué
tipo de obligaciones pueda haber contraído. En definitiva, tras su intervención
quedaron muy claras dos cuestiones, una: es imprescindible acabar con el
desgobierno del PP y dos: Rajoy no está dispuesto a permitir ningún cambio que
ponga en cuestión sus políticas.
Pedro Sánchez, desde el primer momento, centrando su
discurso en lo sustancial de las políticas del PP y de sus graves problemas de
corrupción y sobre todo personalizándolo
en Rajoy, mostró, a las claras y de forma contundente, las razones evidentes que
hacen inviable que el PSOE pueda dar por acción o por omisión su apoyo a un
gobierno del PP, porque de eso se trataba, no solo de favorecer la investidura de
Rajoy sino de respaldar la acción de gobierno de quién no pone en cuestión, ni menos rectifica en nada esencial, lo que han
sido cuatro años de desgobierno del PP y de sus políticas económicas y
antisociales.
Pablo Iglesias, crecido en su papel de antagonista de Rajoy,
dibujó con plasticidad y algunos tintes pseudorrevolucionarios las profundas diferencias
políticas, tanto en el fondo como en la forma, que separan a sus respectivos grupos
parlamentarios, lo que no fue óbice para que en el curso del debate y sobre
todo al final, ambos de buen grado y conveniencia, se otorgaran por anticipado
representar los papeles de quienes presiden el gobierno y la oposición. Entre
medias, se lanzaba un reto a Pedro Sánchez para que encabezase una alternativa
de las fuerzas del cambio a la presidencia del gobierno, subrayo lo de reto, por lo extemporáneo del
momento, la reiteración y el tono, que parecían más propios de un desafío que
de una propuesta constructiva destinada a coprotagonizar el profundo cambio que
necesita la política y la sociedad española.
Albert Rivera, que con su pacto con el PP ya nos había
adelantado una generosa entrega, dicho sea en el sentido más amplio de la expresión,
volvió a mostrar su facilidad y la de su grupo parlamentario para plegarse a lo
que sea necesario y conveniente, eso sí, siempre en consideración a un orden
superior, sea el bien de España, la responsabilidad del Estado, etc. Así no
dudó lo más mínimo en respaldar a Rajoy y recabar de los demás, especialmente a
Pedro Sánchez, un gesto en similar sentido y a continuación espetar directamente
a Rajoy, más o menos literalmente un demoledor “no es nada personal, pero no me
fio de usted”. Si había alguna duda, esta quedaba despejada, pese a todo….. se
debía votar a Rajoy,
Superado el debate del chantaje, queda claro que el NO a
Rajoy, es mucho más que una negativa rotunda a una forma de hacer política, es la
oportunidad para abrir un escenario de diálogo entre las diversas fuerzas
políticas y también en el seno de las mismas, sobran personalismos y apriorismos
maximalistas y líneas rojas sobre cuestiones que su aplicación legal y práctica
necesitan de un elevado grado de consenso social y político imposible de alcanzar
en estos momentos y, también no nos engañemos a nosotros mismos, tampoco valen cambios
cosméticos si en el fondo todo sigue igual.
Pedro Sánchez se ha ganado a pulso ser el dirigente político
que puede y debe de tomar la iniciativa de dialogar y pactar con los demás, un potencial
político que tiene que poner en valor, impulsado y respaldado por la confianza
del conjunto del Partido, gestionando junto al resto de fuerzas políticas del cambio
un proceso que tenga como objetivo elaborar una propuesta alternativa al PP en
base a un programa y un gobierno de cambio y progresista.