miércoles, 21 de marzo de 2012

¡VIVA LA PEPA!




La conmemoración localista, oportunista y meramente testimonial por los Poderes Públicos, de la Constitución política de la Monarquía Española, (1), (Cádiz, 19 de Marzo de 1812), una de las obras más importantes e influyentes de la política moderna, pone de manifiesto que los graves problemas que padecemos con la memoria histórica también se extienden más allá de la dictadura franquista y de la guerra incivil.

Digo esto, por qué los Poderes Públicos con el Gobierno de España a la cabeza, han perdido la ocasión , aunque tal vez nunca pretendieran tenerla, de hacer un generoso y riguroso trabajo de divulgación y pedagogía política sobre ”La Pepa” y el profundo significado universal que tuvo y tiene para la ciudadanía, “los españoles de los dos hemisferios”.

Un proyecto global y compartido en los que todos y todas pudiéramos sentirnos identificados y partícipes del mismo, contribuyendo a la profundización de los valores democráticos, la revitalización de la historia común, potenciando eficazmente las enormes capacidades y recursos que tenemos, muchos de ellos ociosos, y desarrollarlos en un espacio social, cultural, político y económico de dimensiones globales, de cuya importancia parece que nuestros dirigentes políticos tengan la menor idea.

Unos representantes de los Poderes Públicos que han preferido, haciendo gala de un desprecio lacerante de la Historia, poner sordina al recuerdo del grito de júbilo con que los liberales españoles celebraron la proclamación de la Constitución, debatida y aprobada en Cádiz, mientras las tropas napoleónicas bombardeaban la ciudad y “envolver entre ridículas patrañas reformistas” la historia de la profunda crisis y de la revolución que azotaban al Imperio Español, en los albores de su definitiva decadencia, con su corazón inmerso en una compleja guerra peninsular, donde la lucha contra el invasor francés, se entremezclaba con otra de carácter civil, motivada por las posiciones irreconciliables que militaban en ambos bandos.

Para quienes gusten de beber en las fuentes claras de la Historia, José María Queipo de Llano – Conde de Toreno - Diputado en las Cortes Constituyentes por Asturias, la dejó ampliamente descrita, tras un título concluyente: “Historia del levantamiento, guerra y revolución de España”. (2) . En su monumental obra, el Conde de Toreno, cuenta la lucha contra la tiranía, la guerra por la independencia perdida y la revolución contra las estructuras del absolutismo monárquico. Guerra y Revolución que, hace doscientos años, dieron a luz un nuevo sujeto político: la Nación y una nueva voz política: Liberal.

¿Qué era la Nación?. Ese concepto, recientemente tan “discutido y discutible”, a la luz de la Constitución de 1812, era la suma de los individuos libres, a los que llamaba españoles”, (de los dos hemisferios), pero que significaban mucho más que una simple suma de personas; la Nación aparecía como un ente ideal, de la misma sustancia que las leyes de la naturaleza; la Nación representaba el relato del que forman parte los españoles ya fallecidos, los vivos y los que todavía no han nacido. La Nación española, era así, un sujeto colectivo con personalidad propia cincelada en todas sus partes, conforme a la variedad del espacio y el transcurrir del tiempo, fuertemente enraizado en el sustrato del pueblo español y con un vínculo común: la idea de una patria compartida.

Y ¿qué era, entonces, ser liberal?. Ser liberal no tenía nada que ver con la burda acepción que ahora se maneja. Liberal, significaba, sobre todo, lo opuesto a lo servil y a los postulados de los “serviles” o realistas, partidarios de mantener y preservar el viejo despotismo del Antiguo Régimen. El liberalismo era la idea y la acción imbuidas en un sentido de generosidad, de altruismo, de magnificencia, de derroche en defensa de la Nación que, con su práctica, debía hacer añicos el orden político, social y económico que los liberales de entonces llamaron “Feudal”. La Nación, así entendida, exigía la libertad de los ciudadanos (la Constitución de 1812 utilizó la palabra “españoles” con el mismo sentido) para organizar un Estado sin privilegios: sin “leyes privadas” para los nobles y el clero.

Por eso, casa muy mal con la realidad, que dichos conceptos pudieran servir de inspiración a Mariano Rajoy, tal como el mismo dijo en el acto conmemorativo, en el que como Presidente del Gobierno nos obsequió con una perorata sobre la conveniencia de que, imitando las sacrificios de aquellos valerosos españoles, afrontemos ahora, sacrificadamente, una serie de reformas que siendo presentadas como necesarias e ineludibles, no son más que un conjunto de decisiones políticas al servicio de las poderosas oligarquías de siempre y cuya aplicación práctica sería a costa de la quiebra de un modelo de sociedad, ya debilitado por los recortes de los servicios y de las prestaciones de un Estado cada día más anoréxico.

Porque no nos dejemos engañar, la realidad que se esconde tras las palabras del líder del Partido Popular, nada tiene que ver con los valores de la Constitución de Cádiz y si mucho, con los de los tiempos presentes, en los que la voracidad insaciable de “los mercados” ha generado una crisis económica global, mientras que las políticas nacionales, subordinadas a los intereses de los poderes económicos, implantan medidas legislativas y normativas que, condicionan que la riqueza generada como rentas del trabajo se transfiera en su mayor parte hacia “el conglomerado” del capital, facilitan la destrucción de empleo y/o lo hacen más precario e imponen fuertes recortes al Estado de Bienestar.

Así que, llegados a este punto, para contraponer a los desatinos expresados por el Sr. Rajoy, nada mejor que, recurrir al magisterio de otro de los siete diputados asturianos (2) en Cortes, Agustín Argüelles, autor del Preámbulo de la Constitución y uno de los políticos más brillantes de la época y tomar prestada una de sus reflexiones que resulta casi profética y que conviene recordar, especialmente a los que se autotitulan patriotas, y no llegan a serlo, en este y en otros casos, ni siquiera de hojalata: “Un Estado se pierde igualmente entregándolo al enemigo o equivocando los medios de salvarlo”.

Para finalizar, resaltar el hecho de que se haya optado por utilizar de forma partidista el marco institucional del bicentenario de “La Pepa” para propagar, una visión interesada, esperpéntica y mendaz de la misma; muestra, hasta qué punto, las presuntuosas élites mandantes de este país, son incapaces de posponer sus miserias diarias al derecho de la ciudadanía, ni siquiera por un momento, como es el acto de homenaje y puesta en valor del ejemplo de nuestros antepasados, que con inteligencia, trabajo y valor fueron capaces, en medio del desastre, de forjar las bases del prototipo de una Nación moderna, que pese a todo, hoy disfrutamos y que soñara Benito Pérez Galdós “entre las sombras de sus Episodios Nacionales, como él, tolerante de lealtad contraria, heroica viviendo, heroica luchando, por el futuro, que hoy, es el nuestro”.


Datos y Bibliografía:

Imagen. Portada de la edición facsímil. Grabada y dedicada a las Cortes por D. José María de Santiago. Grabador de Cámara y R. Estampilla de S.M. 1822.

(1) RTVE. Documental. “Viva La Pepa”

http://www.rtve.es/alacarta/videos/el-documental/documental-viva-pepa/1352551/

(2) “Historia del levantamiento, guerra y revolución de España”. Biblioteca Virtual Cervantes. Extracto sobre la Constitución de 1812.

http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/historia-del-levantamiento-guerra-y-revolucion-de-espana-extracto-sobre-la-constitucion-del-12--0/html/ffe04010-82b1-11df-acc7-002185ce6064_1.html#I_1_

(3) Junta General del Principado de Asturias. Los siete diputados asturianos que rubricaron la Constitución: Agustín Argüelles, Alonso Cañedo Vigil, Pedro Inguanzo y Rivero, Francisco José Sierra y Llanes, José María Queipo de Llano -conde de Toreno-, Felipe Vázquez Canga y Andrés Ángel de la Vega Infanzón.

http://www.jgpa.es/portal.do?NM=2&IDM=160

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