miércoles, 25 de julio de 2012

Sidra, Quesu, Prerrománico, Comercio y Globalización.


Hay pocos placeres de los que se disfrute más que,  después de recrearse en la visita de una  joya del Prerrománico,  sentarse en un merendero de los alrededores de Oviedo y junto a los amigos degustar unas tapas de queso y embutidos y tomar unos culines de sidra, alargando la  sobremesa con “reflexiones” sobre todo lo que ocurre en el mundo mundial.

Las múltiples conversaciones sobre lo bien que nos sentimos en nuestra Asturias, pese a los negros nubarrones que amenazan el presente y el futuro de nuestros hijos, acaban derivando, sobre todo por parte de los más “viajeros” que por razón de su trabajo pasan bastante tiempo en los aeropuertos, hoteles, palacios de congresos de las grandes ciudades, en una opinión casi unánime sobre la creciente uniformidad de la oferta multinacional, ya que es muy fácil y habitual  tropezarse, con establecimientos de Carrefour, Zara, Mac Donalds o Starbucks y distribuidores de cualquier otra marca, de modo que Madrid, París, Bruselas o Londres parece que se convierten en un mismo centro comercial.

Es entonces, cuando surge la palabra mágica: “Globalización”, para definir un proceso que está teniendo lugar  de forma vertiginosa y en el que todas las personas están, estamos, ya, casi sin darnos cuenta, profundamente inmersos. Por muchos argumentos que dieron unos  y el pertinaz empeño que pusieron otros buscando explicaciones que nos ayuden  a tratar de llegar a comprender del todo tan singular palabro, no pasamos de convenir consensuadamente  que el significado de ese, cada vez menos extraño, vocablo, bien  pudiera ser sea algo así como  “lo mismo en todos lados”.

Así que, cuando el otro día leía “Consilience” (1) del biólogo Edward O. Wilsón no me sorprendió su planteamiento de que dentro de doce generaciones todos los seres humanos  seremos “iguales” en el sentido de que tanto en Madrid, Londres, El Cairo, Nueva York o Shangai se encontrará la misma mezcla racial, algo, que salvando las distancias, habíamos ya convenido el grupo de amigos respecto de los productos comerciales.

Este mismo criterio se puede aplicar en relación con las culturas, la tecnología, los sistemas económicos y la gama de productos disponibles. Por un lado, cada vez más,  los productos y los servicios, por la estandarización, las economías de escala, las modas, etc., se parecerán más unos a otros y por otro lado, algunos lugares, que serán casi únicos, mostrarán una  enorme diversidad y nuevas mezclas apasionantes. Al igual que la mezcla racial, la integración económica y cultural llevará mucho tiempo y la globalización nunca homogeneizará totalmente lo que somos y tenemos, mientras nuevas ideas sigan apareciendo y añadiendo nuevos ingredientes en diferentes dosis a la lenta batidora de la integración económica.

Trasladar al ordenador las reflexiones ociosas de un grupo de amigos y hacerlas mías aunque sean adobadas por las lecturas de los estudios de Edward O. Wilson, uno de los más grandes pensadores del siglo XX  que se limita a escribir sobre biología, una materia en la que seguramente estará un millón de veces más formado que yo, o de las habituales consultas de los artículos de Paul Krugman, premio Nobel de Economía, que sin duda está más de cien mil veces capacitado que yo para opinar sobre la economía española, no tendría ningún sentido si yo pretendiera escribir sobre biología o economía, por eso quiero ceñirme  a escribir sobre Asturias y la sociedad asturiana, no por que considere que la conozca mejor que ellos, sino sencillamente por qué es de las cosas que  “yo” sé hacer menos mal..

Por esa razón y otras muchas más, tampoco debe de  importarnos demasiado que los alemanes parezcan o sean mejores fabricando máquinas herramientas, los ingleses diseñando productos financieros, los norteamericanos enviando naves tripuladas al espacio exterior y los chinos o los indios fabricando toda clase de productos de forma  más barata, por qué todos acabarán limitando su producción  a todo aquello que su economía sea capaz de producir de forma más eficiente.

Mientras tanto, nosotros, l@s asturian@s, a pesar de que ahora tenemos la autoestima muy baja y aparentemente somos comparativamente peores en casi todo lo anterior, deberíamos poner nuestro empeño en identificar donde están nuestras “ventajas competitivas” y centrarnos  en producir esos productos, bienes y servicios en lo que somos  “menos malos”, de modo y manera que la competencia, bien sea en el segmento de los precios, por parte de los más baratos o  de la calidad, por los mejores productos extranjeros,  no puedan competir en el escenario internacional de forma ventajosa con nuestras industrias locales, aunque si lógicamente alterar el equilibrio de los actuales componentes de nuestra economía, que en consecuencia deben modificarse, aumentando en solidez y estabilidad y orientando la actividad económica hacia un modelo productivo más competitivo y medioambientalmente sostenible..

En esa obligada y, cada vez más, urgente transición hacia el nuevo modelo productivo, empezaríamos por “redescubrir”, alentadoramente, un enorme potencial agroalimentario de alta calidad, apenas desarrollado cuantitativamente, con gran capacidad para generar un importante valor añadido a las economías del sector primario y la no menos importante creación de nuevos y numerosos empleos en algunos subsectores intensivos en mano de obra.

Tampoco resulta novedoso describir que, objetivamente, Asturias es un ámbito territorial idóneo, para “aguas abajo” de las industrias básicas o de cabecera, en colaboración con la Universidad de Oviedo, centros  tecnológicos de I+D+i, etc., implementar y desarrollar en numerosos espacios, ya disponibles, una serie de “cluster” de industrias energéticas, metalmecánicas,  bienes de equipo, madera, construcción, etc. que además de contar con el aprovisionamiento cercano de energía, agua y productos básicos, tienen el “plus” de poder integrarse fácilmente en una cultura laboral de alto nivel que incorpora un numeroso plantel de personas jóvenes, menores de 35 años, excelentemente formado en los centros de formación profesional.

Sin ser exhaustivo, ni siquiera ceñirme a los sectores más importantes, habrá nuevas ocasiones para ello, finalizo el “catalogo de oportunidades” con unas pinceladas sobre la industria cultural, un sector cuya “capacidad instalada”, museos, bibliotecas, centros culturales y casas de cultura, redes de fibra óptica y de TDT, y su  excelente dotación de recursos humanos como la OSPA, etc., exigen un tratamiento diferenciado.

La infrautilización de tantos recursos,  materiales y humanos, hace imprescindible y urgente elaborar, con la activa participación de la sociedad civil, una estrategia regional que ponga en valor todo el enorme patrimonio cultural, optimizando su uso y conservación, máxime en tiempos de crisis, por la sociedad asturiana, tanto como receptora directa de bienes y servicios culturales como de los recursos económicos que necesariamente han de generarse para mantener un grado razonable de autofinanciación. Ni que decir tiene, que la iniciativa privada, ¿para cuándo la Ley de Fundaciones? tiene en este ámbito un importantísimo y amplio papel para desarrollar de forma armónica con las iniciativas y recursos públicos.

La necesaria materialización del “catalogo de oportunidades”, imprescindible diría yo, en la medida de que cien mil asturianas y asturianos demandan un empleo en nuestra región, debiera ir acompañado y englobada en una de las más  potentes y prioritarias acciones políticas del Gobierno Autonómico,  impulsando de forma decidida una gran apertura económica, cultural al mundo exterior, más allá de seguir potenciando las relaciones sociales y culturales con la emigración asturiana.

En una sociedad globalizada y en crisis, el tiempo presente, no es el mejor momento para permanecer ensimismados en nosotros mismos, sino al contrario, resulta requisito obligado abrir puertas y ventanas al exterior y considerar el comercio y las relaciones internacionales como otra forma de tecnología, tal vez la más compleja y flexible de las existentes.

Pongo un ejemplo, en Asturias pueden existir dos maneras de producir los “deseados Audis”, una, ir mendigando y tratando de convencer a los alemanes de que instalen una fábrica en digamos  la Vega de Sariego y seguir, a cada nuevo modelo u oferta de deslocalización, dependiendo de su voluntad y sus patentes para mantener la actividad, en definitiva un esquema rígido y dependiente u optar porotro más flexible e independiente a base de fabes de Láneo, sidra de Villaviciosa, quesu de Cabrales y Gamonedo, carne roxa, merluza, angules, salmones, etc., productos todos ellos únicos y de gran calidad, a los que añadir   los numerosos productos industriales y la oferta cultural: música, ópera, zarzuela, teatro, artes plásticas, danza, contenidos audiovisuales, patrimonio natural y artístico, etc. que  a través de una tecnología muy especial se pueden convertir en los "Audis deseados".

Esta producción de “Audis de nuevo tipo” se realizaría “colocando en el mercado” esos bienes, productos y servicios a través de las redes de transporte: barcos, aviones, camiones, redes ultrrápidas, etc.  para que al poco tiempo regresen los barcos y camiones transportando los “deseados Audis” junto con una amplia variedad de productos. Es sin duda el uso intensivo y eficiente de esta tecnología especial que es el comercio internacional la base sobre la que articular buena parte del desarrollo económico de Asturias. 

La mención de todas estas cuestiones resultarían ridículas si, en momentos como este,  no me refiriera  o soslayara el sufrimiento de aquellas personas que como consecuencia de la crisis económica perdieron su empleo, o nunca lo tuvieron, es obvio que para ellas el cambio de modelo productivo, el progreso tecnológico y cuantas cuestiones aquí se enuncian no han significado ni significaran nada mientras no se lleven a la práctica de modo y manera que también ellas puedan ser partícipes del progreso económico y social.

En una sociedad que se dice civilizada y a la vez progresista la mejor respuesta no consiste en oponerse a las nuevas tecnologías o restringir el comercio, como tampoco lo es, bajo ningún concepto, pretender ignorar la difícil situación de aquellos que se quedan sin empleo debido precisamente al comercio, a la tecnología, al egoísmo de los poderosos o por alguna otra razón.

La alternativa progresista a la crisis  pasa por favorecer que el progreso continúe, mientras que a la vez se alienta y se vuelve a emplear a aquellos trabajadores que han sido perjudicados. Y ¡ojo! No es una cuestión de sensibilidad, es una cuestión de justicia y de cohesión social, una persona que quiere encontrar un empleo y no puede, sufre una tragedia personal y social. Cada vez que alguien pierde un empleo o no lo tiene, esa persona tiene derecho a la solidaridad y apoyo del conjunto de la sociedad, poco importa si la competencia del exterior o el egoísmo del poderoso tienen algo que ver.

Cualquier economía, la asturiana también, está todo el tiempo perdiendo y creando puestos de trabajo, pero la calidad de un modelo económico y social eficiente y medio ambientalmente sostenible, se mide no solo en los rendimientos económico obtenidos y en el modo de repartirlos, sino también en si crea más y mejores puestos de trabajo que los que destruye y si en ese ínterin, l@s trabajadores laboralmente inactivos, disponen de una red social que les permite vivir con dignidad y adquirir nuevos conocimientos y destrezas para volver a la actividad laboral en mejores condiciones.

Esa tarea corresponde desarrollarla, sin exclusiones de ningún tipo, al conjunto de la sociedad y liderarla a los poderes públicos que democráticamente hemos elegido como ciudadanía, cualquier atajo, en aras o no de pretendidas eficiencias, al margen de las instituciones democráticas o cualquier dejación de responsabilidad por parte de quienes voluntariamente las ostentan y representan, sería cometer un gran error y el mayor de los fraudes a la voluntad de la sociedad.

(1) Consileience - The Unity of Knowledge, Londres, Abacus. 2003

lunes, 16 de julio de 2012

Mar de fondo


En el tiempo que vivimos,  las situaciones catastróficas, al contrario que las gozosas que siempre cuentan con numerosos padrinos y madrinas dispuestos a compartir el peso de la gloria, se muestran a la ciudadanía como un abanico de sucedidos irremediables, difícilmente predecibles, que se generan de forma casi natural y en todo caso siempre ajenos a la recta voluntad y sabias decisiones de quienes tienen encomendada la gestión y la responsabilidad de la “cosa pública”.
La grave crisis económica, social  y de valores que inunda España es una muestra  muy significativa de esas situaciones catastróficas, en la que toda suerte de publicistas, académicos, políticos, empresarios, etc., al servicio de señores públicos y amos privados, se han esforzado en “explicar” que todo lo malo que  le sucede a la sociedad española, tiene inicialmente su origen, allende de los mares, en EE.UU.


La causa, decían los gurus de la economía, eran los productos financieros  “empaquetados y llenos de hipotecas subprime”, bla, bla, bla, etc., que en el seno de la burbuja financiera habían generado un gran movimiento especulativo, de incesantes compras y ventas, como si fueran  olas (gran oleaje diría yo) y cuyos efectos se han propagado por todo el mundo, dañando de forma muy significativa la economía de lugares tan alejados como Grecia, Irlanda. Portugal y España.
Si los ilustres voceros de la doctrina del Poder hubieran buceado someramente en el conocimiento del caso que usaban como ejemplo, habrían advertido que ese movimiento de las olas del mar de fondo se caracterizan por su periodo regular y sus crestas suaves y redondeadas que no rompen nunca en alta mar, tienen una longitud de onda  muy superior a su altura y una profundidad superior al doble de su longitud de onda, además son  muy fáciles de distinguir de las de mar de viento, aunque  frecuentemente, a la mar de fondo de una cierta dirección se superpone una mar nueva, y entonces se forma lo que se conoce como mar a dos bandas.
Esta sucinta “captura”, fácil de obtener con cualquier buscador, debiera haber servido para que esos navegantes que se autotitulan de avezados, (no sé, si por surcar muchas veces en clase business el Atlántico o por llenar sus bolsas y alimentar su magín con las doctrinas neo-con), tuvieran ocasión, más temprano que tarde, de ilustrar eficientemente sus meninges para entender que la llegada de las olas gigantes a nuestras costas, soplará o no el mar de viento propio, resultaba inexorable y profundamente dañina.


Sin que los vigías del Poder hubieran alertado, que se sepa, previsoramente al paisanaje, las grandes olas han llegado para delicia de los “surfistas” habituados a cabalgar sobre ellas, fastidio de los conservadores inmovilistas, alérgicos a cualquier vaiven, incluidos los del ir y venir de las olas, por su propensión al mareo y regocijo de los especuladores (perdón, pescadores de altura), que gustan echar sus artes en grandes profundidades al hilo de los movimientos de enormes masas de agua que provocan el clásico enturbiamiento, “a (río) mar revuelta ganancia de pescadores”.
También las grandes olas, aunque parezca extraño, le han venido de perlas a la autoridad, competente sería mucho decir, para enarbolar la bandera roja de peligro y aprovechar la ocasión para desalojar la playa, no se sabe si para privatizarla o para venderla directamente  a los alemanes sin mayores explicaciones, si acaso en el BOE o en la prensa extranjera.


Desgraciadamente, el gran disgusto, la enorme decepción por las promesa incumplidas y el engaño manifiesto queda para la ciudadanía. Juan Español, perplejo, ha tenido que agrupar deprisa y corriendo a la familia, coger los bártulos, guardarse el rosario de cuitas para mejor ocasión y con mayúscula incredulidad preguntar: ¿Qué pasa? Nosotros no hemos hecho nada. ¿Por qué nos tratan así?
Ayer, vecinos y veraneantes se juntaban en corrillos en el paseo y mirando hacia el arenal, aunque desde hace días el run, run,  era generalizado, descubrían ¡Oh sorpresa! y no acertaban a comprender, ¿qué pudo pasar?, para que el mar de fondo arrancase de cuajo todo tipo de basuras e inmundicias, que la ocultación, la connivencia y el olvido interesado habían enterrado en el fondo marino y devolverlas ahora con brutal insolencia sobre los hasta ahora impolutos arenales de arena fina y dorada, que tantos réditos y alegrías dieron  en el pasado y que ahora la intensa resaca parecía querer absorber de forma insaciable por un gigantesco sumidero.
Hoy, el paseo por el angosto arenal desierto, con el sol de cara y pese a la gorra roja, resulta bastante irreal e incómodo, sobre todo al observar, a la derecha, como las aguas del Cantábrico se han comido materialmente la playa y van depositando pausadamente sobre la estrecha franja, las más variadas inmundicias, entre las que nos es difícil advertir micro galletas de fuel.


Al final de la playa, sentado en una roca a la vera del galipote, que trae recuerdos de la infancia, de como se construían los barcos, de libros de viajes y aventuras marinas por esos mismos “mundos emergentes” que hoy, como ayer, resultan tan desconocidos y sugerentes como inquietantes y llenos de oportunidades para nuestro futuro,  saco el pequeño bloc y escribo estas líneas......
Bordeando la orilla por la izquierda, con el sol cargando los hombros y la espalda, la vuelta  resulta más desagradable, la mar ha completado su trabajo de denuncia de nuestro maltrato y muestra como prueba las consecuencias que el egoísmo y el enriquecimiento de unos pocos, la inhibición y el desinterés de muchos, junto a la negligencia, cuando no la connivencia de quienes dicen gestionar “la cosa pública”, arruinan el patrimonio de toda la sociedad.
En estos casos, como viene siendo habitual desde hace meses, el gobierno inepto y despótico ya ha dictaminado que la culpa no es de nadie, o sea es huérfana, si acaso del mar de fondo que arrancó las inmundicias, (o sea las suyas, las de los que mandan), de su ubicación habitual y las depositó, tras una histórica jornada de trabajo, en el espacio que resta de lo que fueron otrora virginales arenales. Ni que decir tiene que también ha decidido que el pago del trabajo de recuperación de la playa le corresponde a usted, querido lector, haya tenido o no la ocurrencia de votarle y la paciencia de llegar hasta aquí y a mí mismo.


domingo, 8 de julio de 2012

Para quién escribo

Volver a escribir, mejor dicho, volver a publicar y retomar el hilo del relato, resulta difcil cuando ha pasado un tiempo en el que han sucedido muchos acontecimientos y aflorado algunas nuevas ideas, mientras que a la par el más o menos previsible devenir de los viejos  asuntos patrios, adjudiquese cada cual los que mejor le convengan,  destilan de forma  incesante ese líquido viscoso y maloliente que anega la laxa vasija social que a duras penas lo contiene y a la que, para desgracia de la ciudadanía de una pretendida sociedad democrática y moderna, los repetidos apretones de los "poderosos" la modulan, cada día, de la forma más grotesca.

Por eso, cuando hay tantas cuestiones sobre las que conviene reflexionar "en voz alta o sea en la red" y  los razonamientos se agolpan en uno mismo, por que los propios dedos no aciertan a deslizarlos velozmente sobre el teclado, la  mejor opción, casi siempre, es limitarse a ejercer de mero amanuense y tomar de prestado las palabras que otros, con más tino y mejor estilo, dejaron ya impresas.....

De palabras impresas, son buen ejemplo, las de Vicente  Aleixandre, que  en uno de sus poemarios: "En su vasto dominio" (1962), alejado de la estética surrealista, una de sus grandes aportaciones a la poesía española, nos muestra una poesía, de la que estamos hoy tan necesitados, mucho más apegada al hombre y la realidad cotidiana.

El poemario, dividido en capítulos, en los que resuenan los ecos de las preocupaciones del "hombre histórico", se inicia con un texto esclarecedor y muy acorde con lo que pretendo decir en este post y en consecuencia hago mío y cuya primera parte comparto a continuación con tod@s vosost@s.

  "Para quién escribo"

¿Para quién escribo?, me pregunta el cronista, el periodista o simplemente el curioso.

No escribo para el señor de la estirada chaqueta, ni para su bigote enfadado, ni siquiera para su alzado índice admonitorio entre las tristes ondas de música.

Tampoco para el carruaje, ni para su ocultada señora (entre vidrios, como un rayo frío, el brillo de los impertinentes).

Escribo acaso para los que no me leen. Esa mujer que corre por la calle como si fuera a abrir las puertas a la aurora.

O ese viejo que se aduerme en el banco de esa plaza chiquita, mientras el sol poniente con amor le toma, le rodea y le deslíe suavemente en sus luces.

Para todos los que no me leen, los que no se cuidan de mí, pero de mi se cuidan (aunque me ignoren).

Esa niña que al pasar me mira, compañera de mi aventura, viviendo en el mundo.

Y esa vieja que sentada a su puerta ha visto vida, paridora de muchas vidas, y manos cansadas.

Escribo para el enamorado, para el que pasó con su angustia en los ojos, para el que le oyó; para el que al pasar no miró; para el que finalmente cayó cuando preguntó y no le oyeron.

Para todos escribo. Para los que no me leen sobre todo escribo. Uno a uno, y la muchedumbre. Y para los pechos y para las bocas y para los oidos donde, sin oirme, está mi palabra.