lunes, 16 de julio de 2012

Mar de fondo


En el tiempo que vivimos,  las situaciones catastróficas, al contrario que las gozosas que siempre cuentan con numerosos padrinos y madrinas dispuestos a compartir el peso de la gloria, se muestran a la ciudadanía como un abanico de sucedidos irremediables, difícilmente predecibles, que se generan de forma casi natural y en todo caso siempre ajenos a la recta voluntad y sabias decisiones de quienes tienen encomendada la gestión y la responsabilidad de la “cosa pública”.
La grave crisis económica, social  y de valores que inunda España es una muestra  muy significativa de esas situaciones catastróficas, en la que toda suerte de publicistas, académicos, políticos, empresarios, etc., al servicio de señores públicos y amos privados, se han esforzado en “explicar” que todo lo malo que  le sucede a la sociedad española, tiene inicialmente su origen, allende de los mares, en EE.UU.


La causa, decían los gurus de la economía, eran los productos financieros  “empaquetados y llenos de hipotecas subprime”, bla, bla, bla, etc., que en el seno de la burbuja financiera habían generado un gran movimiento especulativo, de incesantes compras y ventas, como si fueran  olas (gran oleaje diría yo) y cuyos efectos se han propagado por todo el mundo, dañando de forma muy significativa la economía de lugares tan alejados como Grecia, Irlanda. Portugal y España.
Si los ilustres voceros de la doctrina del Poder hubieran buceado someramente en el conocimiento del caso que usaban como ejemplo, habrían advertido que ese movimiento de las olas del mar de fondo se caracterizan por su periodo regular y sus crestas suaves y redondeadas que no rompen nunca en alta mar, tienen una longitud de onda  muy superior a su altura y una profundidad superior al doble de su longitud de onda, además son  muy fáciles de distinguir de las de mar de viento, aunque  frecuentemente, a la mar de fondo de una cierta dirección se superpone una mar nueva, y entonces se forma lo que se conoce como mar a dos bandas.
Esta sucinta “captura”, fácil de obtener con cualquier buscador, debiera haber servido para que esos navegantes que se autotitulan de avezados, (no sé, si por surcar muchas veces en clase business el Atlántico o por llenar sus bolsas y alimentar su magín con las doctrinas neo-con), tuvieran ocasión, más temprano que tarde, de ilustrar eficientemente sus meninges para entender que la llegada de las olas gigantes a nuestras costas, soplará o no el mar de viento propio, resultaba inexorable y profundamente dañina.


Sin que los vigías del Poder hubieran alertado, que se sepa, previsoramente al paisanaje, las grandes olas han llegado para delicia de los “surfistas” habituados a cabalgar sobre ellas, fastidio de los conservadores inmovilistas, alérgicos a cualquier vaiven, incluidos los del ir y venir de las olas, por su propensión al mareo y regocijo de los especuladores (perdón, pescadores de altura), que gustan echar sus artes en grandes profundidades al hilo de los movimientos de enormes masas de agua que provocan el clásico enturbiamiento, “a (río) mar revuelta ganancia de pescadores”.
También las grandes olas, aunque parezca extraño, le han venido de perlas a la autoridad, competente sería mucho decir, para enarbolar la bandera roja de peligro y aprovechar la ocasión para desalojar la playa, no se sabe si para privatizarla o para venderla directamente  a los alemanes sin mayores explicaciones, si acaso en el BOE o en la prensa extranjera.


Desgraciadamente, el gran disgusto, la enorme decepción por las promesa incumplidas y el engaño manifiesto queda para la ciudadanía. Juan Español, perplejo, ha tenido que agrupar deprisa y corriendo a la familia, coger los bártulos, guardarse el rosario de cuitas para mejor ocasión y con mayúscula incredulidad preguntar: ¿Qué pasa? Nosotros no hemos hecho nada. ¿Por qué nos tratan así?
Ayer, vecinos y veraneantes se juntaban en corrillos en el paseo y mirando hacia el arenal, aunque desde hace días el run, run,  era generalizado, descubrían ¡Oh sorpresa! y no acertaban a comprender, ¿qué pudo pasar?, para que el mar de fondo arrancase de cuajo todo tipo de basuras e inmundicias, que la ocultación, la connivencia y el olvido interesado habían enterrado en el fondo marino y devolverlas ahora con brutal insolencia sobre los hasta ahora impolutos arenales de arena fina y dorada, que tantos réditos y alegrías dieron  en el pasado y que ahora la intensa resaca parecía querer absorber de forma insaciable por un gigantesco sumidero.
Hoy, el paseo por el angosto arenal desierto, con el sol de cara y pese a la gorra roja, resulta bastante irreal e incómodo, sobre todo al observar, a la derecha, como las aguas del Cantábrico se han comido materialmente la playa y van depositando pausadamente sobre la estrecha franja, las más variadas inmundicias, entre las que nos es difícil advertir micro galletas de fuel.


Al final de la playa, sentado en una roca a la vera del galipote, que trae recuerdos de la infancia, de como se construían los barcos, de libros de viajes y aventuras marinas por esos mismos “mundos emergentes” que hoy, como ayer, resultan tan desconocidos y sugerentes como inquietantes y llenos de oportunidades para nuestro futuro,  saco el pequeño bloc y escribo estas líneas......
Bordeando la orilla por la izquierda, con el sol cargando los hombros y la espalda, la vuelta  resulta más desagradable, la mar ha completado su trabajo de denuncia de nuestro maltrato y muestra como prueba las consecuencias que el egoísmo y el enriquecimiento de unos pocos, la inhibición y el desinterés de muchos, junto a la negligencia, cuando no la connivencia de quienes dicen gestionar “la cosa pública”, arruinan el patrimonio de toda la sociedad.
En estos casos, como viene siendo habitual desde hace meses, el gobierno inepto y despótico ya ha dictaminado que la culpa no es de nadie, o sea es huérfana, si acaso del mar de fondo que arrancó las inmundicias, (o sea las suyas, las de los que mandan), de su ubicación habitual y las depositó, tras una histórica jornada de trabajo, en el espacio que resta de lo que fueron otrora virginales arenales. Ni que decir tiene que también ha decidido que el pago del trabajo de recuperación de la playa le corresponde a usted, querido lector, haya tenido o no la ocurrencia de votarle y la paciencia de llegar hasta aquí y a mí mismo.


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