lunes, 5 de septiembre de 2016

NO A RAJOY. SI AL GOBIERNO DEL CAMBIO




NO  A RAJOY.  SI AL GOBIERNO DEL CAMBIO.

Rajoy, el señor de los sobresueldos, por segunda vez, volvió a comprobar que su vana pretensión de ser investido presidente de gobierno de España recibía el rechazo de la mayoría absoluta del Congreso de los Diputados que, en una democracia representativa como la nuestra, es tanto como decir de la mayoría del pueblo español.

El rechazo mayoritario a Rajoy en el Parlamento, en las redes sociales y en la calle, (no hay una sola encuesta en la que  no figure en la cola de las valoraciones políticas), significa también plantar cara a  los poderosos y las élites extractivas causantes de la crisis y de la creciente desigualdad  económica y social en nuestro país y que en función de sus intereses han presionado y presionan hasta lo indecible en favor de la continuidad de Rajoy, ampliamente secundados por cargos institucionales del PP y por “otros” de cuyo nombre no quiero acordarme.

Para ello, unos y “otros”, de manera más o menos explícita, han recurrido a toda clase de artimañas, desde llamadas a la responsabilidad a campañas del miedo, basadas en informaciones cínicas y torticeras, instrumentadas por poderosas empresas de comunicación a través de sus terminales mediáticas que, en algunos casos, no han dudado en degradar su credibilidad hasta la náusea, tratando  con ellas tanto de favorecer al señor de los sobresueldos como de torcer el brazo a Pedro Sánchez y al PSOE.

En ese mismo sentido, ahora, hay quienes tratan de presentar el NO como el causante del bloqueo del  funcionamiento institucional, cuando es una inequívoca señal de stop a una forma despótica y corrupta de gobernar y de imponer políticas antisociales y que a la vez favorece la posibilidad que las fuerzas políticas por el cambio, con el apoyo de la mayoría social, puedan optar por el camino de avanzar hacía una España social, justa, plural, federal y solidaria.

Un breve repaso a las posiciones expresadas por los portavoces en el debate parlamentario, muestra con claridad un manifiesto  rechazo a Rajoy y las políticas del PP y la necesidad de un profundo cambio en la regeneración democrática, el empleo y la economía, la agenda social, la política territorial y la Unión Europea, como ejes fundamentales sobre los que articular la sociedad española del siglo XXI.

Muy alejado de ese planteamiento, Rajoy se presentó al debate de investidura con el mensaje corporal de quien tiene una concepción absolutista del poder político, (me recuerda: “Estos son mis poderes. Dadme la mayoría absoluta y os daré una España grande” – Gil Robles), y que se ve obligado, por su papel de candidato, a cumplimentar el trámite de solicitar el voto de sus adversarios políticos, haciendo abstracción de que ello supone  la convalidación de sus políticas, incluso las más antisociales.

Su falta de empatía y carencia de espíritu proactivo hizo que desgranara un discurso aburrido y prepotente, más centrado en la crítica a Pedro Sánchez que en abrir opciones que pudieran dar lugar a atisbar la posibilidad de cambios en sus políticas, no tanto por la presunta bondad de las mismas como por que su estilo autoritario asigna un papel subalterno a los demás representantes políticos.

El trato a su socio Albert Rivera fue prueba de ello,  reduciendo su papel al de quien tiene que prestar necesariamente su aquiescencia a “un gobierno estable, duradero  y fuerte”, en función de no se sabe bien qué tipo de obligaciones pueda haber contraído. En definitiva, tras su intervención quedaron muy claras dos cuestiones, una: es imprescindible acabar con el desgobierno del PP y dos: Rajoy no está dispuesto a permitir ningún cambio que ponga en cuestión sus políticas.

Pedro Sánchez, desde el primer momento, centrando su discurso en lo sustancial de las políticas del PP y de sus graves problemas de corrupción  y sobre todo personalizándolo en Rajoy, mostró, a las claras y de forma contundente, las razones evidentes que hacen inviable que el PSOE pueda dar por acción o por omisión su apoyo a un gobierno del PP, porque de eso se trataba, no solo de favorecer la investidura de Rajoy sino de respaldar la acción de gobierno de quién no pone en cuestión,  ni menos rectifica en nada esencial, lo que han sido cuatro años de desgobierno del PP y de sus políticas económicas y antisociales.

Pablo Iglesias, crecido en su papel de antagonista de Rajoy, dibujó con plasticidad y algunos tintes pseudorrevolucionarios las profundas diferencias políticas, tanto en el fondo como en la forma, que separan a sus respectivos grupos parlamentarios, lo que no fue óbice para que en el curso del debate y sobre todo al final, ambos de buen grado y conveniencia, se otorgaran por anticipado representar los papeles de quienes presiden el gobierno y la oposición. Entre medias, se lanzaba un reto a Pedro Sánchez para que encabezase una alternativa de las fuerzas del cambio a la presidencia del gobierno,  subrayo lo de reto, por lo extemporáneo del momento, la reiteración y el tono, que parecían más propios de un desafío que de una propuesta constructiva destinada a coprotagonizar el profundo cambio que necesita la política y la sociedad española.

Albert Rivera, que con su pacto con el PP ya nos había adelantado una generosa entrega, dicho sea en el sentido más amplio de la expresión, volvió a mostrar su facilidad y la de su grupo parlamentario para plegarse a lo que sea necesario y conveniente, eso sí, siempre en consideración a un orden superior, sea el bien de España, la responsabilidad del Estado, etc. Así no dudó lo más mínimo en respaldar a Rajoy y recabar de los demás, especialmente a Pedro Sánchez, un gesto en similar sentido y a continuación espetar directamente a Rajoy, más o menos literalmente un demoledor “no es nada personal, pero no me fio de usted”. Si había alguna duda, esta quedaba despejada, pese a todo….. se debía votar a Rajoy,  

Superado el debate del chantaje, queda claro que el NO a Rajoy, es mucho más que una negativa rotunda a una forma de hacer política, es la oportunidad para abrir un escenario de diálogo entre las diversas fuerzas políticas y también en el seno de las mismas, sobran personalismos y apriorismos maximalistas y líneas rojas sobre cuestiones que su aplicación legal y práctica necesitan de un elevado grado de consenso social y político imposible de alcanzar en estos momentos y, también no nos engañemos a nosotros mismos, tampoco valen cambios cosméticos si en el fondo todo sigue igual.


Pedro Sánchez se ha ganado a pulso ser el dirigente político que puede y debe de tomar la iniciativa de dialogar y pactar con los demás, un potencial político que tiene que poner en valor, impulsado y respaldado por la confianza del conjunto del Partido, gestionando junto al resto de fuerzas políticas del cambio un proceso que tenga como objetivo elaborar una propuesta alternativa al PP en base a un programa y un gobierno de cambio y progresista.